Actualmente se sigue pensando que la enfermedad de Alzheimer es debida a una afectación en la llamada cascada amiloide. Esta perturbación seria la responsable de la producción y la acumulación excesiva de β-amiloide, lo que conlleva la posterior destrucción neuronal. En base a estos avances en el conocimiento, muchos de los estudios actuales apoyan que los nuevos tratamientos han de ser fundamentados en la inmunoterapia dirigida a eliminar la sustancia β-amiloide, lo que sería clave para mejorar el aprendizaje y la memoria. De ahí que actualmente se da por hecho que la inmunización activa profiláctica será el futuro del tratamiento de las fases tempranas pre sintomáticas de la enfermedad de Alzheimer, con la idea de conseguir reducir eficazmente la acumulación de amiloide, previniendo el desarrollo de la enfermedad.
De todos modos, tenemos la certeza de que los cambios fisiopatológicos asociados con la enfermedad de Alzheimer comienzan décadas antes de la aparición de los primeros síntomas clínicos, de ahí que sea necesario abordar líneas claras en la prevención, y estas líneas han de ponerse en marcha cuanto antes. La mayoría de los estudios epidemiológicos han identificado numerosos factores modificables, como la dieta, el ejercicio físico, la reserva cognitiva y los factores de riesgo cardiovasculares. Todos ellos se asocian con un mayor riesgo de la enfermedad. Si estimásemos una intervención preventiva en las fases iniciales del proceso y esta acción fuese capaz de retrasar el inicio de la enfermedad en sólo 1 año, en el año 2050 tendríamos 9 millones menos de casos de trastorno neurocognitivo mayor (demencia).